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31 de marzo de 2013
La Oruga y Alicia se estuvieron mirando un rato en silencio: Por fin la Oruga se sacó la pipa de la boca, y se dirigió a la niña en voz lánguida y adormilada.
-¿Quién eres tú? —dijo la Oruga.
No era una forma demasiado alentadora de empezar una conversación. Alicia contestó un poco intimidada:
-Apenas sé, señora, lo que soy en este momento. Sí sé quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces.
-¿Qué quieres decir con eso? —preguntó la Oruga con severidad—. ¡A ver si te aclaras contigo misma!
-Temo que no puedo aclarar nada conmigo misma, señora, —dijo Alicia— porque yo no soy yo misma, ya lo ve.
-No veo nada —protestó la Oruga.
-Temo que no podré explicarlo con más claridad —insistió Alicia con voz amable— porque para empezar ni siquiera lo entiendo yo misma, y eso de cambiar tantas veces de estatura en un solo día resulta bastante desconcertante.
-No resulta nada —replicó la Oruga.
-Bueno, quizás usted no haya sentido hasta ahora nada parecido —dijo Alicia— pero cuando se convierta en crisálida, cosa que ocurrirá cualquier día, y después en mariposa, me parece que todo le parecerá un poco raro, ¿no cree?
-Ni pizca —declaró la Oruga.
-Bueno, quizá los sentimientos de usted sean distintos a los míos, porque le aseguro que a mi me parecería muy raro. (...)
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